La base
política, social y económica del sistema capitalista imperante es el
neoliberalismo, al cual todos ya conocemos porque experimentamos cada día sus
consecuencias en nuestras propias vidas a través de innumerables frentes, y,
más concretamente, el que constituye el apartado que más horas diarias se lleva
de nuestras vidas: el trabajo.
Situándonos
en la lógica del liberalismo, si este fuese un sistema justo, el sueldo que
pagase el empresario y que se estableciese a través de la competencia en el
mercado que defiende el capitalismo, debería dar para cubrir todas las necesidades
del trabajador: desde la vivienda a la educación, la sanidad, la alimentación y
el descanso, entre otros. Pero ocurre que los sueldos que dan los empresarios
no dan para cubrir ni de coña esos gastos, así que el Estado tiene que
complementar esa parte, a través de ayudas o subvenciones u otros métodos, para
que los trabajadores y trabajadoras tengan una vida más o menos digna, y en
muchísimas ocasiones sin llegar a atender a todos los que lo necesitan ni en la
cantidad necesaria. Esa parte que el empresario no paga y que el Estado es
incapaz de cubrir en su totalidad constituye el beneficio del empresario. Si el
empresario pagase el sueldo suficiente para cubrir dichas necesidades, sí estaríamos
en un sistema perfecto y justo, pero es que, si lo pagasen, no tendrían
beneficios. El liberalismo no es más que un continuo trasvase de dinero público
a los trabajadores para que los empresarios se puedan ahorrar esa parte de los
sueldos que corresponde al trabajador y puedan así obtener los beneficios que
luego, a través de los índices macroeconómicos que ellos mismos han creado, les
dará la justificación perfecta para asegurar que todo va bien (aunque todos los
trabajadores y trabajadoras vayan mal por la extrema dificultad de acceder a
una vivienda, a una buena sanidad o educación, a no tener descanso, etc).
La
explotación de los trabajadores sostiene la simulación de un sistema eficiente,
justo, perfecto, y entendido por la mayoría como el único posible. ¿No podemos
pensar en otra forma más justa de organizar esto? ¿No podemos entender que la
necesidad de la mayoría está por encima que el beneficio de unos pocos?
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