El capitalismo nos da la oportunidad de trabajar mucho para ganar
dinero y así poder pagar para hacer más rápidas las cosas que el
tiempo dedicado al trabajo no nos permite disfrutar en su totalidad.
Así,
con el tiempo dedicado al trabajo podemos pagar a alguien que nos
cuide los hijos o hijas o nos limpie la casa; podemos pagar un coche
para ir más rápido al trabajo, y un parking para no tardar en
aparcar; podemos pagar a un fontanero que nos arregle la tubería que
no sabemos arreglar nosotros; podemos pagar un gimnasio para
contrarrestar ocho o más horas sedentarias; podemos gastar en
alcohol las penas que no tenemos tiempo a procesar o las alegrías
instantáneas de un acontecimiento concreto; podemos pagar rayos uva
para conseguir en diez minutos lo que el sol nos da gratis en una
mañana paseando; podemos pagar un psicólogo con la expectativa de
que nos ayude a digerir nuestro estress, ansiedad o
precariedad, y nos convenza de que la situación del mundo no debe
afectarnos; podemos pagar las medicinas que arreglarán los achaques
físicos y fisiológicos que 5, 10, 20, 30 o 40 años de trabajo
continuado nos han provocado. Si fuésemos seres insensibles, con el
dinero que ganamos podemos solicitar los servicios de prostitución
que nos solucionasen rápidamente nuestras ansias de sexo, y nos
ahorraríamos el tiempo que hay que invertir en encontrar y convencer
a alguien de que merecemos la pena; si fuésemos delincuentes, con
ese dinero podríamos comprar una pistola, con la que mataríamos mas
rápidamente a nuestras víctimas que con un cuchillo o con nuestras
propias manos; si ganásemos muchísimo dinero, podríamos montar una
fábrica de lo que sea en cualquier lugar del mundo aunque
contaminase lo más grande. Es decir, el trabajo nos quita el tiempo
de vida pero nos da el dinero para hacer con menor aprendizajes y de
manera más artificial, más insensible, más rápida y/o
probablemente más impactante e injusta para la sociedad y el planeta
lo que podríamos hacer nosotros gratis con más tiempo.
Cuando
hablo con mi hermana sobre imaginar un mundo en el que el tiempo de
trabajo no se llevase tanto de nuestro tiempo de vida suele responder
“¿pero qué haríamos con tanto tiempo libre?”. Y lo suele decir
con absoluta convicción, como si el ser humano no estuviese
preparado para disponer de su tiempo sin darle a la rueda del
hamster. Y es cierto que el sistema en el que vivimos, que está
inundado de tiempo dedicado al trabajo, nos ha transformado en seres
que creen que su único sentido vital es la producción y el consumo:
cada segundo de nuestra vida debe tener un objetivo productivo, y si
no lo tiene sentiremos en nuestra cabeza la culpita judeocristiana
que nuestro contexto de “país constitucionalmente laico” nos ha
instaurado en el centro mismo de nuestro cerebro y que ya no se puede
extirpar. Así que nuestros días se resumen en que o estamos
trabajando, o yendo a trabajar, o preparándonos para trabajar, o
estudiando para trabajar, o realizando cualquiera de las otras
múltiples actividades que se encuadran en el apartado de
“responsabilidades” y que también podrían ser consideradas como
trabajo pero por las cuáles no nos pagan. Y, que nadie me acuse de
exagerado, que este magnífico sistema también nos deja una
pequeñísima porción de tiempo de cada día destinado a nuestro
ocio, que cada vez se centra más en actividades de poco esfuerzo
físico y profundidad intelectual como “mirar al móvil” y
similares, pues llegamos tan cansados a ese momento que bueno, mañana
será otro día.
A
veces la respuesta está en el viento, y otras veces en la escritura.
Al releer los dos párrafos anteriores pienso en solucionarle la duda
a mi hermana y contestarle que si el trabajo no lo ocupase TODO,
podríamos: cuidar nosotros de nuestros niños y/o de nuestros
mayores de manera más tranquila; limpiar la casa y hacer las compras
y demás tareas domésticas; dedicar tiempo a aprender fontanería
para arreglar nuestras propias tuberías (o aprender carpintería, o
electricidad, o ebanistería, o cocina, etc); ir en bicicleta al
trabajo, o simplemente pasear en bicicleta o andando o haciendo
deporte sin prisas, al aire libre, sin necesidad de intensificar en
pocos minutos la carga para aprovechar cada minuto y seguir
produciendo; buscar el amor tranquilamente en la vida misma, no sólo
en las noches, no sólo en los bares, no sólo en la nocturnidad y/o
con las drogas de por medio; cuidarnos a nosotros mismos, vivir más
lento de manera que pudiéramos procesar las cosas que nos pasan,
permitiéndonos mirar a las musarañas porque no tendríamos el
cronómetro amenazando conque como no hiciésemos la cosa
improductiva que nos habíamos propuesto hacer AHORA MISMO no
podremos hacerlo nunca porque habrá que seguir produciendo para
acallar la voz de la conciencia; veríamos el sol cada día y
estaríamos morenitos y cargados de vitamina D al no estar encerrados
en una oficina; tendríamos más tiempo para comprender el mundo,
para no ser engañados por quienes se aprovechan de nuestro poco
tiempo libre para contrastar la información; podríamos leer sin
esperar al verano o a ese “finde largo que nos permite
desconectar”; aprovecharíamos la salud que produce no tener que
dedicar tantas horas y años a lo mismo, la fortaleza de una vida
activa que nos daría la condición física para planear cosas que
hoy en día ni intentamos al llegar exhaustos al fin de semana. Todo
esto además del montón de actividades que pueden surgir en un
contexto en el que el relato principal de nuestras vidas y de lo que
nos cuentan no estuviese centrado en el mundo laboral.
Además,
en un contexto en el que el trabajo no se llevase tantas horas, las
otras responsabilidades que nos pueden resultar pesadas debido al
desgaste con el que las enfrentamos al llegar a ellas tras el fin de
una jornada de trabajo, como son los cuidados de otras personas, las
responsabilidades domésticas y los imprevistos, serían digeridos
con otro ánimo e incluso interpretados de otra forma ajena al
concepto de “obligaciones”. Seríamos capaces de ver el
aprendizaje que hay en ello, y lo que llena espiritual e incluso
físicamente ayudar al resto, ser parte de la comunidad, aprender el
funcionamiento de una casa, de un barrio, de una ciudad, de nuestra
propia sociedad. Seríamos capaces de escuchar a nuestros mayores, de
entender a nuestros pequeños, pero de un ESCUCHAR y ENTENDER con
mayúsculas, que el sistema actual que nos tiene corriendo de un
sitio a otro no nos permite.
Otro
universo vital de actividades que hoy ni imaginamos se abriría paso
si esa sola actividad que se llama TRABAJO no ocupase un mínimo de
tres cuartas partes de nuestro día despierto. Es indispensable que
una política centrada en los problemas de la ciudadanía se base en
eso para que la transformación social dé sus frutos: la única
libertad verdadera es la libertad de disponer de nuestro tiempo de
vida, y en ese aspecto la reivindicación debe ser radical. No
podemos conformarnos con reducir una horita al día, debemos ser más
ambiciosos, debe ser una reducción drástica que no sólo sirva para
tener tiempo para construir un mundo más justo y más saludable para
las personas y para el planeta, sino para que nuestras vidas tengan
la oportunidad de generar relatos que no estén centrados solo en el
trabajo, sino en otros apartados vitales que puedan disponer de más
horas al día y que nos dé la oportunidad de generar historias
diferentes.
La
dirección del mundo, que hoy vemos tan loco en tantos aspectos, sólo
se cambia si tenemos tiempo para pensarlo.